El otro día Juan hablaba de guías visuales para resolver el problema ese de la torre de Babel. Y en un ataque de nostalgia me acordé de sus precursores algo más voluminosos pero igualmente prácticos: los diccionarios visuales.
Basados en el principio de que una imagen vale mis palabras compilan un sinfín de ilustraciones que cubren todos los tópicos imaginables. Sustituyen el tener que acordarte de un término por el reconocimiento visual del mismo. Con una misma imagen “traduces” a todos los idiomas del mundo (suelen incluir los nombres de los objetos en varios idiomas). Además, la agrupación no es alfabética, y por tanto artificial, sino por actividades.
De paso se ahorran la barrera entre idiomas como el japonés o el chino, que carecen de ordenación alfabética (cada diccionario tiene su índice específico).
Más intuitivo imposible.
Hay versión online de alguno que otro, pero no nos engañemos: son bastante inútiles. Yo seguiré gozando con la experiencia de ver pasar un mundo de animales, personas y cosas página a página, sin moverme del bar de turno.
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